El
siguiente relato pertenece al Antiguo Testamento y transcurre cuando los
israelitas estaban en guerra contra los filisteos, porque estos habían
invadido varias ciudades de la costa de Israel.
Una vez, los ejércitos israelita y filisteo se encontraron
frente a frente. Los israelitas estaban asustados porque militarmente eran
inferiores. De las filas de los filisteos salió Goliat. Era un guerreo muy
alto y fuerte, que desde joven había combatido en muchas batallas. Llevaba una
coraza que pesaba tanto como una persona, y sostenía una jabalina. Goliat,
desafiante, gritó:—Escoged a un
hombre de vuestro ejército para que luche contra mí. Si es capaz de matarme,
seremos vuestros esclavos; pero si yo le venzo a él y lo mato, seréis nuestros
esclavos y nos serviréis.
David, un muchacho
débil, delgado y de baja estatura, dijo a Saúl:
—Que nadie se
acobarde ante ese orgulloso. Yo iré a luchar contra él.
Saúl le contestó:
—Tú no puedes luchar
contra él, porque tú eres un niño y él es un hombre de guerra desde la
juventud.
David le respondió:
—Cuando yo era pastor y guardaba el rebaño, si venía el
lobo o el oso y se llevaba una oveja, salía tras él, lo golpeaba y se la
arrancaba de sus colmillos. Igual que Dios me ha librado de las garras de los
leones y de los osos, siendo pastor, también me librará ahora de ese gigante
filisteo.
David
cogió piedras redondeadas del suelo y las metió en su zurrón. Sacó su honda y
se acercó al filisteo. Puso una piedra en la honda y la lanzó contra Goliat. La
piedra se clavó en su frente y cayó de cabeza a tierra. David salió corriendo
hacia él, le cogió su espada y le cortó la cabeza. El ejército filisteo salió
huyendo en desbandada, y David fue aclamado como un gran héroe por haber
salvado a su pueblo.
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